Reconocer el tesoro

Jesús comienza el Evangelio de hoy con una frase que ya vale por toda una vida: ?No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.? Es como si dijera: ?No te agobies, no vivas con miedo. Ya tienes lo más importante: el amor de Dios, su promesa, su Reino?. No tenemos que ganarnos su favor como si fuera un premio, ya nos ha sido dado. Lo único que se nos pide es vivir con el corazón en el lugar correcto.

Y justo por eso, Jesús nos invita a soltar: ?Vended vuestros bienes y dad limosna? haceos un tesoro en el cielo.?No se trata de despreciar las cosas materiales, sino de no vivir esclavizados a ellas. Jesús sabe que allí donde ponemos nuestro tiempo, nuestra atención y nuestras fuerzas? allí está realmente nuestro corazón. Y si nuestro ?tesoro? está solo en lo de aquí abajo (posesiones, éxito, imagen?), nos perdemos lo que realmente importa.

Por eso, el centro del Evangelio de hoy es una invitación a vivir en vela, preparados, con las lámparas encendidas y la cintura ceñida. Es decir, viviendo atentos, disponibles, en clave de servicio. No porque Dios sea un juez severo que nos va a pillar por sorpresa, sino porque su llegada es siempre una oportunidad de amor? y queremos estar despiertos para recibirla.

Jesús habla de un señor que sirve a sus criados cuando los encuentra vigilantes. Es un gesto escandaloso: el dueño se pone a servir a sus siervos. Y esa es la lógica del Reino: el que ama, sirve. Dios no quiere criados que le teman, sino hijos y servidores que vivan amando y confiando.

Y termina con una frase que nos interpela de verdad: ?Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará.?No es una amenaza, sino un recordatorio de nuestra responsabilidad. Si has recibido fe, dones, formación, cariño, oportunidades? eso no es para guardarlo, sino para compartirlo, administrarlo bien, ponerlo al servicio de otros.

Jesús me anima a preguntarme por descubrír dónde está mi tesoro,  qué es lo que ocupa mi mente, mi tiempo, mi energía.

Este Evangelio nos recuerda que la vida cristiana no se improvisa. No se trata de vivir con miedo, sino con sentido. Como quien espera con ilusión una visita importante. Que cuando llegue el Señor ?en lo pequeño de cada día o en el momento definitivo?, nos encuentre en pie, con el corazón despierto y las manos llenas de obras de amor.